El pequeño niño limpió con la palma de su mano la escarcha fría que enturbiaba el cristal de la ventana, asomándose curioso al exterior.
La oscuridad de la noche se extendía a lo largo de toda la calle, rota solamente por la luz amarillenta que se derramaba ténuamente desde las farolas. Debajo de una de ellas, sentado sobre un banco de madera, observó a un anciano que, paciente, parecía esperar a alguien. El pequeño creyó que se trataba de un abuelo al que habían olvidado aquella noche, y sintió una explosión de compasión dentro de si. Se volvió, buscando a sus padres, pero en su casa ya todos dormían cansados tras celebrar con gozo la Nochebuena. Dudó unos instantes, pero tras echar una última mirada fuera, decidió ser valiente y abrir la puerta para salir y auxiliarlo. Sabía que de no hacerlo, aquel pobre hombre moriría helado.
-Hola, buenas noches- saludó el pequeño, cuando estuvo en la calle. -¿Está esperando a alguien?
-Sí, te estaba esperando a ti.- dijo el anciano.
-¿A mí?- preguntó el niño sorprendido.
-Sí, a ti- afirmó el abuelo que sujetaba un gran saco que parecía pesar mucho.
-Estaba esperando que te durmieras para dejarte un regalo.
El corazón del joven dio un vuelco de júbilo al comprender, de repente, quien era aquel hombre.
Fue entonces cuando, mirándole a los ojos, vio que sonreía, extendiéndole la otra mano, con la intención de abrazarle.
-Este año, mi pequeño amigo, no tendré que subir hasta el tejado...
Ignacio Bermejo Martínez
Feliz Navidad a Todos