domingo, 4 de septiembre de 2011

Las mentiras de la crisis.

Muchos no estarán de acuerdo, es comprensible e incluso  respetable, pero  soy de los que piensan que la  crisis tiene mucho más de inventada que de real, especialmente en España. Inventada tristemente por los capitalistas de siempre,  y fomentada lamentablemente por el Partido Popular. 

Los primero, los capitalistas,  porque aspiran a poder romper el estado del bienestar para situar a los ricos encima de los pobres, en un estrato más alto, una situación privilegiada que nunca desearon perder ni compartir. No creen en la igualdad, no a la educación ni en la sanidad para todos, no a la dignidad. Piensan que es mucho mejor que se beneficien aquellos que se puedan costear una buena educación, aquellos que se puedan pagar una buena atención médica, porque gastar dinero en hacer llegar estos bienes a los estratos sociales más desfavorecido es como tirar el dinero. Así lo conciben, como un derroche insostenible.
Los segundos, los políticos de derecha, como manera poco democrática de hacerse con el poder, porque piensan que les pertenece  y no conciben ni permiten un gobierno obrero. "Los obreros a sus tajos y el patrón a gobernar", como siempre ha sido. 
Algunos se rasgarán las vestiduras, otros gritarán que estoy loco o que soy simplemente estúpido. Me da igual lo que piensen y digan, porque lo verdaderamente importante es lo que estoy viendo con mis propios ojos, sin que nadie me lo cuente: Los pobres son ahora más pobres y los ricos más ricos, esa es la cruda realidad.
Son los pobres los que están perdiendo y cerrando sus empresas y los ricos quienes las están afianzando, recolocándolas en un mejor posicionamiento dentro de la estructura  estratégica de los mercados, en los que se escudan precisamente para obtener  mayores beneficios. La voracidad de esos mercados justifica cualquier acción restrictiva, por dolorosa o traumática que resulte,  que castigue y condene a las clases más débiles. Mercados que nos presentan como si fueran fantasma o meros brujos poderosos que todo lo consiguen y lo pueden, cuando ciertamente no son más  que el conjunto de transacciones económicas que realizan entre sí, en pro de sus propios intereses. Son los mismos de siempre disfrazados, aquellos contra los que luchamos y que han conseguido ya conquistarnos la retaguardia, incluso seducir, adoctrinar y convencer a nuestros mayores representantes que se pierden para la causa de la igualdad y se rinden a hacerles el trabajo sucio, para nuestro desencanto y mayor decepción.  
Estoy convencido de que hoy,  más que nunca, es necesaria la intervención del Estado como único elemento protector de los más débiles. Hoy más que nunca es necesario un socialismo real, un socialismo con S de solidaridad, con S de sociedad, con S de salvación de verdad.